Leyendas de amor del estado de Guerrero / El amante de San Juan

Por Alejandra Teopa

A principios del siglo XX vivía en la Ciudad de San Juan un hombre joven al que llamaban el güero galán por la razón de que era güero y se sentía galán. Se trataba de un muchacho enamoradizo de ojos verdes que perseguía a cuanta muchacha se cruzara en su camino pero en especial a una Sanjuaneña alta, muy bonita, de pelo largo, ojos negros y con una personalidad de reina.
El enamorado estaba verdaderamente loco por aquella mujer pero ella no le hacía caso porque era casada sin embargo, a fuerza de engaños y mentiras un día la chica correspondió a su amor. En realidad fue la luna quien fue testigo de la apasionada entrega cerca del río.
El marido, informado por las chismosas del pueblo, interrogó a su esposa pero ella negó su romance. Insatisfecho con aquella respuesta, el esposo se dedicó a espiarla para atraparla en la traición. La Sanjuaneña se volvió extremadamente cuidadosa en su actuar pero no renunció al amor del güero galán.
Así pasó el tiempo y los enamorados le dieron rienda suelta a su amor ocultándose de las miradas de los demás, pero los celos del marido crecían cada día así que optó por encerrarla en su casa impidiéndole ver a nadie más. Los enamorados comenzaron a sufrir la ausencia de su pareja mientras los celos del esposo crecían cada día.
Una tarde, el marido sacó del encierro a su mujer y la llevó a caminar hacia el rumbo de Tuxpan. Caminaron en campo abierto durante una hora. Ella presentía la intención, por eso se moría del miedo arrepentida de la traición. Después de caminar en silencio por estrechas veredas, se detuvieron en un lugar solitario. Al fin, el hombre habló externando todo el rencor acumulado. Ella nunca dijo nada. Finalmente el hombre disparó a su esposa con lágrimas en los ojos. Acto seguido, cavó la fosa donde habría de enterrarla y cubrió las evidencias con piedras y ramas.
A cada día que pasaba, el güero galán se desesperaba más y más por no saber nada de su amada. Como nadie le informara nada acudió a la policía para acusar a su rival. El asesino no tuvo más remedio que confesar su crimen y mostrar el lugar donde había enterrado el cadáver.
Enfurecido por la muerte de su enamorada a manos de su esposo, el güero galán disparó en contra del celoso hombre y pasó el resto de sus días en prisión. Al marido lo enterraron en la misma tumba que a la Sanjuaneña. Con ello enterraron también la traición de dos que perdieron todo a causa de su pasión.
Un amor hasta la muerte
Desde que el mundo es mundo y el hombre es hombre, los pueblos se han enfrentado con enemigos y rivales a muerte. Todas esas historias llevan consigo tragedias llenas de sangre y lágrimas y  la historia de los Juanacateros contra los Sanjuaneños no es la excepción.
A principios del siglo pasado, por allá de 1900 estos dos pueblos eran rivales a muerte. Tanto, que ningún habitante de esos dos pueblos se aventuraba a internarse en territorio contrario ni de día ni de noche aunque siendo vecinos esto resultaba cada vez más difícil.
Una mañana de primavera, un sanjuaneño se enamoró de una bellísima juanacatera y ella, sin pensarlo dos veces correspondió a ese amor. Al principio fue sencillo ocultarlo porque supieron disimularlo, pero como la pasión creciera y se buscaran desesperadamente con la mirada sus familias se dieron cuenta e intentaron separarlos con regaños.
La muchacha desafió a su padre y lo retó afirmando que si no le permitían  casarse con su amado, se mataría. El sanjuaneño también enfrentó a su padre diciéndole que no permitiría que nadie le ordenara lo que tenía qué hacer. A partir de esos días decidieron extremar precauciones para poder encontrarse lejos de las miradas de los demás.
Una mañana de domingo la familia juanacateña salió de paseo para participar en una cacería. Allí iban la moza enamorada, su hermano mayor y el padre de ambos. Éste último era buen tirador y con un solo disparo mató a un ciervo.  Ordenó a su hija ir a recogerlo más, la emoción de la captura la llevó a no tomar precauciones. La chica corrió feliz para levantar al animal herido. En ese momento se escuchó un segundo disparo y la niña cayó sobre la hierba, en su rostro había todavía rasgos de felicidad pero su expresión tenía el poder de helar la sangre pues sus ojos llenos de asombro miraban en la lejanía en dirección donde se encontraba su asesino.
La familia corrió hacia donde se encontraba la joven juanacatera y todavía alcanzaron a ver cómo cerraba lentamente sus ojos llenos de profundo amor. Su hermano mayor se atrevió a interrogar al padre
•    ¿Qué es lo que hemos hecho?
•    -¡Es mejor muerta que viva pa´ese! – respondió el padre lleno de orgullo.

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