“Pongan policías o soldados, pero migrantes no se detendrán”: balsero


El guatemalteco Teófilo Ambrosio afirma que lo único que ha cambiado en al menos 30 años en el Suchiate es la extensión del río, porque se hizo más ancho

Chispas, 13 de abril 2021.-Teófilo Ambrosio no solo conoce cómo se mueven las enmohecidas aguas en los 161 kilómetros de longitud del río Suchiate, si no lo que, por décadas, ha circulado por allí: mercancía de todo tipo y, sobre todo, hombres, mujeres e infantes en busca de una mejor calidad de vida; los migrantes.

Por este afluente, cuyo caudal se mengua de forma considerable en esta época de estiaje, cientos o miles de personas deciden cruzarlo incluso a pie, aunque algunos aprovechan para sumergirse y sacudirse un poco del sol que cae a plomo en cabeza y espalda.

Mientras tanto, el paso legal: el Puente Internacional “Rodulfo Robles”, es obviado inclusive por quienes cuentan con su Tarjeta de Visitante Regional u otra identificación oficial. Todos, o casi todos, prefieren erogar entre 10 o 15 quetzales para llegar a Chiapas por alguno de los pasos establecidos, ya sea de día o de noche.

Por allí, también se ha formado otro muro de contención: el de basura y desechos como botellas de plástico, latas, pañales, bolsas de nylon, zapatos viejos, ropa, animales muertos, entre otros objetos, los cuales se acumulan en pequeños o grandes montículos sobre todo en la margen del lado chiapaneco, en Suchiate.

Teófilo, originario de Catarina, Guatemala, recuerda que lo único que ha cambiado en al menos 30 años es la extensión del río (se hizo más ancho) y la forma de las balsas que utilizan para hacer su chamba: primero con tubos pequeños y tablas, para luego implementar las cámaras de llanta que aguantan más gente y productos o cosas que cruzan de orilla a orilla.

LA BALSA, SU DESTINO

Aunque en la actualidad tiene cuatro décadas de vida, desde niño decidió tomar un largo palo que utiliza como remo para llevar la carga, ya sea humana o de mercancía, y ganarse una plata. En ocasiones, cuando las jornadas no dan mucho, regresa al campo para sembrarmaíz, frijol, arroz, camote y hasta malanga. Pero el hombre de tez blanca, complexión robusta y estatura baja siempre vuelve al agua.

A él, sin duda, no se le frustró su vida: está convencido de que nació para ser balsero, y sobre todo está contento en el lugar donde vive, parte del municipio de San Marcos, donde la delincuencia es casi nula. “Por eso no me han dado ganas de dejar mi pueblo”, confiesa.

De hecho, de joven trabajó primero, y por un corto lapso, en una finca bananera, pero cuando creció incursionó en Moscamed en el combate de la mosca barrenadora. Tiempo después y tras lograr la educación media superior, fue invitado a impartir cátedra: sería maestro, frente a grupo, pero lo rechazó; no era lo suyo, acepta.

Para Teo, como le dicen sus conocidos de cariño, lo que nunca se ha agotado, ni se agotará –dice– es el caminar de los migrantes. Incluso, rememora cuando, hace apenas unos años, todos corrían y hasta se lanzaban de las balsas al agua porque el ferrocarril, “bautizado” como La Bestia (hoy solo un vestigio) estaba a punto de partir.

O sea que esto nunca ha parado, haya o no haya agentes migratorios, o de la Guardia Nacional…

Así es, pongan a los policías o soldados que pongan, la migración no se detendrá -responde mientras, con su mano derecha, toma la visera de su gorra para despegarla un poco de su cabeza y secarse el sudor

¿Los operativos son normales, entonces?

Siempre ha habido, aunque, eso sí, desde hace como tres años, cuando empezaron a entrar las caravanas, ya vienen más a menudo a reforzar la vigilancia, pero esto es de siempre

Y con lo del coronavirus, ¿cómo les va?

Está más tranquilo. No hay que tener miedo, yo no tengo miedo, como dice la Palabra del Todopoderoso: “…aunque ande en valle de sombras no temerá mi corazón…”.

No obstante, también el peligro es latente, pues por esa porosa franja pasa de todo, y ocurre de todo. En una ocasión, recuerda quien viste de bermuda, playera manga larga, gorra y lentes oscuros, observó cómo un migrante, al parecer pandillero, intentó ensartarle un cuchillo a una mujer, casi entre el monte. Por suerte, dice, no pasó a más.

Pero también están los peligros emanados de la naturaleza: sus ojos han observado sufrimiento y destrucción, uno de ellos provocados por el huracán “Stan”, en 2005, uno de los más poderosos que han azotado esa zona.

EN GUATEMALA NO HAY OPORTUNIDADES

Para Teófilo, cuyo espeso bigote no es capaz de camuflar su sonrisa, las oportunidades en Guatemala se cuentan con los dedos de la mano, pues está sabedor que, ni con licenciatura ni con maestría ni doctorado, la gente puede vivir de una mejor manera.

Sin embargo, su esfuerzo tanto en la balsa como en el campo le han dado frutos: tres de sus cuatro hijos están a punto de graduarse: dos en Ingeniería Mecánica y una de maestra, “pero, insisto, de nada sirve la profesión allá… no hay empleo, y por eso mucho migran”.

‌El amante del balompié y cuyo equipo “de hueso colorado” es el Deportivo Malacateco, se dice conformista, pues los 30 o 50 quetzales que obtiene en un día (pues los guatemaltecos trabajan las balsas 24 horas y a las siguientes 24 les corresponden a los mexicanos) y la bendición de Dios son suficientes para llevar la papa a su hogar, adonde se traslada en transporte especial, pues está como a 20 minutos de su lugar de trabajo.

Incluso, dos de sus vástagos llegan de pronto al afluente para ganarse una paga en el trasiego, con las balsas, de personas o mercancías.

LAS AGUAS SON SURCADAS DE DÍA Y DE NOCHE

En los cerca de 10 pasos establecidos del río, las “embarcaciones hechizas” no dejan de navegar las turbias aguas. Teófilo, de hecho, es uno de los cerca de 100 balseros solo de un turno; de su paso, denominado “Palenque”, tiene que esperar a que otros compañeros hagan su labor, hasta que llegue su momento.

Si tiene tiempo, fuerzas y retorna temprano, le gusta disfrutar a su familia, salir a pasear, “pobremente por ahí, pero estar con ellos”, aclara quien, pese al esfuerzo físico, le sobran energías para hacer otras labores.

Desde que los primeros rayos solares se estrellan con el agua, hasta que sus ojos solo ven el reflejo de la luna, ha hecho al menos entre cinco y siete viajes. Mientras tanto, tiene que volver a tiempo, para treparse a una camionetita de redilas que lo lleva a su colonia, a Catarina, donde la vida, para él, es más sabrosa.

“Para esto hay que tener mucha fuerza y mucha experiencia, y la verdad, solo una vez se me ha caído una persona, pero estaba ebria”, confiesa entre risas.

Teófilo se dice migrante intermitente, pues con su balsa deja, por algunos minutos u horas, su tierra “chapina”, para brincar el charco y llegar a Suchiate, y viceversa, en espera, de día y de noche, de que más gente ocupe de sus servicios, incluidos aquellos caminantes que buscan el famoso sueño americano.

La Silla Rota

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